jueves, 23 de diciembre de 2010

el título no importa...



Hay momentos en los que es necesario estar encumbrado en lo más alto del cielo, para poder ver a las demás personas como pequeñas, frágiles y unidas unas a otras.

En otras situaciones, se debe también estar de pie junto a ellos, para compartir y ser parte de sus vidas y de sus actos.

Pero también a veces hay que estar desplomado en el suelo, envuelto en las cenizas, para ver desde abajo toda la suciedad y el polvo de los demás, para evitar hacerse falsas expectativas frente a ellos.

martes, 14 de septiembre de 2010

Masas en el horno...


Luego de semanas de tensión, angustia y alegría, para terminar en la borrachera, hay ciertas cosas que es mejor sacar del horno antes de que se quemen y pasen a ser parte de las cenizas del olvido y la discrecionalidad.

… Las diferencias existen y son válidas, pero un 90% de ellas son estupideces…

… Dios es como los políticos: no hace nada y se cuelga de todo… (gracias a dios no se ha postulado a ningún cargo)

… Los políticos siempre ven oportunidades en todo… (léase mineros y mapuches)

… Mientras más ingeniosa parezca una frase, es más probable que sea falsa - a propósito de un reportaje sobre exorcismos, en donde a cada rato me decían que la mejor estrategia del diablo para dominar a las personas, es hacernos creer que no existe... (que conveniente).


sería todo por ahora...

domingo, 15 de agosto de 2010

Tengo ganas de asesinar a alguien...



Hasta hace poco me sentía frustrado y decepcionado. A pesar de tener mi mente llena de mierda e ideas brillantes, no era capaz de botarlas de ahí (sea como fuese). Trataba de seguir explotando formas que por un tiempo resultaron bastante bien… pero ya no. Comenzaron a acumularse dentro de mí y mientras más tiempo pasaba más me exasperaban.

Así que mi única opción fue cambiar la forma de expulsar todo eso.

Adiós a las palabras formales, a los eufemismos y a la poesía.

La verdad es que después de un tiempo, hasta las formas más estilizadas y bellas de cualquier cosa, cuando no se usan bien y se desperdician en tonteras, o sencillamente no se usan, se convierten en depósitos pestilentes de excremento, que a menos que se pasen por una metafórica planta de tratamiento de aguas servidas, deben sencillamente desecharse, sino terminarán infectándolo todo.

Habrá que darle paso a las palabras sucias, políticamente incorrectas y elegantemente agresivas. Habrá que jugar groseramente con temas que con sólo ser oídos obligan a las viejas a persignarse como corderitos inmaculados y devotos. Habrá que golpear de vez en cuando diferentes situaciones o cosas que molesten o que no estén muy claras. También problematizar (wena) algunas cuestiones que la mayoría ni se da el tiempo de desenredar.

En el fondo, de vez en cuando creo que necesitaré tirarle caca a algunas situaciones, pero sólo cuando acumule la suficiente dentro de mi retorcida mente.

domingo, 25 de julio de 2010

duda


siempre paso preguntándome a qué se acerca más el ser humano, si a un ser evolucionado y racional, o a un troglodita irracional...


y muchas veces siento que se parece más a lo último...

domingo, 18 de julio de 2010

Ansias


Abrí la puerta de mi habitación y corrí a sentarme sobre la silla del escritorio, con su respaldo de tela y su costura rota. La cantidad de luz es perfecta y el silencio adecuado, como si me invitaran a dejar fluir el alma. Mi escritorio está extrañamente vacío con una lámpara y algunos discos con programas y películas.

Por mi mente pasan imágenes a grandes velocidades, emociones y recuerdos deseosos de salir de mí y quedar plasmados en algún otro lugar, donde puedan perpetuarse hasta más allá de los vericuetos que viviré en los próximos días, cuando probablemente encuentren su lecho. Es en mi escritorio donde yacen una pluma y un trozo de papel, susurrando insinuaciones a mis voraginosos pensamientos. Huracanes de sensaciones me dominan y me exigen ser traducidos en palabras, provocándome ansias y desesperación.

Tomo el lápiz para poder dejarlos salir…

Pero el papel sigue en blanco.

domingo, 30 de mayo de 2010

Positivismo...


Siento sólo algo de frío en mis pies, pero sería absurdo que mi nueva gabardina llegara hasta el suelo, mojándose con las pozas de agua que quedan de la última lluvia. Me llega hasta un poco más abajo de las rodillas y es cerrada en el cuello, como me gustan, sin solapa. Hace tiempo que deseaba tener una, quizá porque abriga más que cualquier otra chaqueta o abrigo corto, que dejan sólo mis pantalones como protección contra el frío de mis muslos; o será porque este traje tienda a ser parecido a mi… formal, extraño, oscuro y poco común.

Como todas las noches, salgo a caminar por las calles de esta ciudad, en este afán de observar, de mirar, y de pretender ser una especie de vigilante omnipresente, ausente e indiferente. El frío ayuda a mantener la mente en calma y las pozas de agua siempre son útiles para recordar que la lluvia lo purifica y aclara todo. La noche ya ha avanzado en algo y a lo lejos se oyen ruidos en uno de los hogares que hay acá. De cerca puedo observar a los vecinos intentando conciliar el sueño ante este panorama, naturalmente que en una noche tan fría desean con mayores ansias recostarse y dormir tranquilamente, pero el ímpetu y aparentemente interminable deseo juvenil de divertimento parece sobreponerse a las adversidades, y el ruido es una de esas válvulas por donde esa energía contenida escapa como volcán en erupción.

Parece que la fiesta está buena. Mientras más me acerco al frente de aquella casa, sede de festividades, más puedo notar a aquella pequeña comunidad en ese ritual de danzas y conversaciones amenas. Parecen divertirse bastante. Pero es curioso que al acercarme más a aquella casa por el frente, más lejano siento aquellas memorias de aquellos rituales festivos, de esas celebraciones a las que asistía, donde todos parecían disfrutar de esos momentos en grupo, excepto yo.

Hace algo más de frío ahora, ya estoy casi al frente de aquella casa. Cada vez que culminaba alguno de esos ritos, terminaba con más dudas que certezas, no sentía aquel disfrute que los demás sentían, y ese rito de celebración que representaba para la mayoría, para mí era de incomodidad. No era capaz de ingresar en esas dinámicas de alegría desbordante y momentos de fraternidad que son tan propios de esas situaciones. Del mismo modo no podía acceder a esas instancias en momentos más casuales, conversaciones de pasillo o reuniones esporádicas, que a esa altura traían más incertidumbre e inhibición.

Gran parte de eso quizá se debía a que, en el fondo, no entiendo a las personas. No entiendo sus maneras, sus claves ni sus vínculos, no entiendo por qué hacen lo que hacen y por qué les interesa (cosa que descubrí con el tiempo que a mí nunca me interesó). Más allá de esa diferencia que tenía con los demás, nunca entendí muchas cosas de ellos.

A medida que camino por el frente voy recordando aquellos pasajes de mi vida, aquellos momentos donde siempre me preguntaba “¿Qué hago aquí?”, debería estar en otra parte, más tranquilo, sin sobresaltos, en silencio. Era en aquellos momentos donde esa diferencia cobraba más fuerza y los deseos de alejarse de esos lugares extraños, ajenos, incomprensibles, y a grandes ratos, indeseables, crecían. Aquellas sensaciones fueron mayores con el tiempo, y siempre que trataba reducir en algo aquellas diferencias… más extraños eran.

Todas aquellas tribulaciones y reflexiones me hicieron concluir que no entendía muchas cosas y que yo no era parte de aquellos rituales en comunidad, ni de celebraciones, conversaciones, relaciones ni encuentros casuales. Mis lugares están en otra parte, lejos de esas instancias grupales que tanta lejanía me causan. La verdad es que nunca desarrollé mi sentido de pertenencia a esas cosas, y eso hizo crecer el rechazo que sentía a esas actividades. Definitivamente, terminé alejándome de todo eso.

La noche se hace mucho más fría y algunas gotas vuelven a caer, por desgracia tendré que dejar esta caminata para la próxima, antes de que mi gabardina nueva se moje demasiado. Mañana seguiré explorando los rincones de esta ciudad, que con frecuencia se me hace hostil y extraña.

domingo, 7 de marzo de 2010

Soberbia


La máquina avanza a paso firme, indubitable, manejada por pequeños monaguillos confiados en su orgullosa creación, y seguros de su imbatibilidad ante cualquier adversario.

Avanzan en su máquina, seguros de conocer a sus enemigos, seguros de anticipar cualquier movimiento de estos. Bueno, interminables años estudiándolos y espiándolos, había generado la sensación de saber todo acerca de sus supuestos dóciles rivales, deseosos estos de frenar el avance de aquella máquina en apariencia perfecta.

Parecía ser que nada podía detener el avance de este monumento a la magnificencia, que arrasaba con todo lo que se osase a cruzar por su largo y pedregoso camino. Supuestamente aquel monstruo debía servir a sus monaguillos, pero esa maldita obsesión, ese maldito afán de perfeccionarlo todo terminó por convertir a los monaguillos en sirvientes de la máquina, olvidando para qué la habían creado.

Es por eso que olvidaron a sus rivales, a esos numerosos adversarios deseosos de cobrar venganza y recuperar todo aquello que esa máquina les había quitado. Nunca antes el odio y el deseo de revancha había sido tan grande contra alguien, y es así como la vida embosca a quienes olvidan que no son sólo los únicos que viven y tienen derecho a vivir.

Al final los monaguillos ven su orgullosa y obsesiva creación destruida en medio de la ira de sus enemigos, cayendo en cuenta de que también ellos habían sido destruidos por aquellos que jamás debieron calificar de “adversario”.

La vida siempre nos enseña que no podemos vivir con tal grado de soberbia, pasando a llevar aquello que nos rodea.