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Alma atada a la cumbre envuelta en nubes verdes y cielos azules, que cada día es bañada en la fuente dorada para ser secada con las mantas oscuras y luces blancas. Sólo unas pocas almas se dejan encadenar a tal escena monótona y eterna cuya oferta no va más allá del suave descanso y la amable compañía del silencio.
Deslizarse entremedio de estas escenas conlleva inequívocamente a pretender dormirse entre sus hilos conductores, dejando que aquellas manos invisibles dispongan del paso del tiempo y de las melodías que suenan en aquellos compases verdes y danzantes sobre aquellos atriles de madera y resina. Aquel tronar sólo nos incita a cerrar los ojos y dejar que la escena de piso verde y húmedo siga su curso apacible y adictivo.
Es en medio de los actos en que uno se da cuenta “ha valido la pena el viaje y el pago de una entrada a esta obra maestra” compuesta por el más tímido de los grandes creadores que se esconde temeroso ante el aplauso del público embelesado con sus notas. La obra termina, ha llegado el momento de volver a la realidad.
Oír tal belleza significa irrevocablemente alejarse de los ruidos del diario vivir, de la gente sosa y normal que va por la vida exigida por su dureza, ignorante de esas obras y deseosas de buscar la magnificencia en lugares en donde no la hay. Dejarse abrazar por las melodías obliga a olvidarse de los individuos que buscan la diversión como un tigre persigue a su presa deseoso de satisfacer su hambre.
Oír tal belleza significa ineludiblemente regresar a la realidad y sentir que se encuentra ante un mundo desconocido, ante personas desconocidas que viven y disfrutan de obras diferentes a esta composión.
Deslizarse entremedio de estas escenas conlleva inequívocamente a pretender dormirse entre sus hilos conductores, dejando que aquellas manos invisibles dispongan del paso del tiempo y de las melodías que suenan en aquellos compases verdes y danzantes sobre aquellos atriles de madera y resina. Aquel tronar sólo nos incita a cerrar los ojos y dejar que la escena de piso verde y húmedo siga su curso apacible y adictivo.
Es en medio de los actos en que uno se da cuenta “ha valido la pena el viaje y el pago de una entrada a esta obra maestra” compuesta por el más tímido de los grandes creadores que se esconde temeroso ante el aplauso del público embelesado con sus notas. La obra termina, ha llegado el momento de volver a la realidad.
Oír tal belleza significa irrevocablemente alejarse de los ruidos del diario vivir, de la gente sosa y normal que va por la vida exigida por su dureza, ignorante de esas obras y deseosas de buscar la magnificencia en lugares en donde no la hay. Dejarse abrazar por las melodías obliga a olvidarse de los individuos que buscan la diversión como un tigre persigue a su presa deseoso de satisfacer su hambre.
Oír tal belleza significa ineludiblemente regresar a la realidad y sentir que se encuentra ante un mundo desconocido, ante personas desconocidas que viven y disfrutan de obras diferentes a esta composión.
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