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Cada vez que avanzo por aquellas pequeñas piedras que forman la entrada de mi casa recuerdo el día en que las empotré al suelo, una por una, como si fuese enterrando cada recuerdo del pasado, como si fueran cubriéndose lentamente de nieve invernal y eterna. Sin embargo temo algún día olvidar por qué estoy rodeado de este blanquecino paisaje. Trato de mantener a raya todas aquellas cosas que han hecho que tenga que usar abrigos muy gruesos y pasamontañas, tratando de que no me consuman durante todo el día y que también me recuerden que debo soportar el frío petrificante de estos lugares.
Cada vez que piso aquellas piedras siento como si pisoteara aquel pasado, como si quisiera darle poca importancia a todas aquellas ocasiones en las que me sentí derribado, derrumbado, abrumado o sobrepasado por algunas cosas. Siento que cada piedra es una frustración del pasado que pisoteo y dejo libre, y así logro mantener ese equilibrio tan frágil entre olvidar… pero tampoco no olvidar.
Cada vez que cae la nieve siento que dejo de lado todos aquellos recuerdos de cuando me sentía vulnerable, débil e incapaz de resistir los golpes de la vida. Siento como si quedaran sepultados bajo esa fría y eterna nieve. Recuerdos de aquellas veces en que lentamente aquellas heridas de mi alma cicatrizaban y se convertían en impenetrables cicatrices de piedra, que lentamente fueron convirtiéndome en alguien capaz de resistir cualquier ataque o intentona de doblegarme, de hacerme sentir vulnerable, incapaz de enfrentar lo que sea.
Probablemente ahora seré capaz de soportar cualquier intento de alguien de hacerme daño, de quebrar esta alma de piedra llena de cicatrices, que antes fue vulnerable y que ahora se ha endurecido a golpes.
Pero…