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no siempre se tiene lo que se quiere...
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viernes, 27 de febrero de 2009
miércoles, 18 de febrero de 2009
Inocencia...
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjF1gQOEutUXXYAeGFi92o4qlOFBfDsGbZbF-lPb_CL4PzPEeIWiNc4Y2D0yf2fFvV76WCFeYvmIm8e_SSHrkislaKlDwgsAIRssrfKpNm-peGoW_yVcLURmQwWR8crLVqPlwpkupjk8o_K/s320/1213070187_0.jpg)
Hace suficiente calor para que todos debamos estrujar el cuello de nuestras poleras sobre nuestros propios cuerpos, para que de esa forma, aunque no sirva de mucho, podamos paliar en algo la aridez de este día de verano. Ojala hubiese aire acondicionado en el vehículo, y por desgracia la tierra suelta nos impide poder tener las ventanas abiertas para que entre algo de viento, menos con los escombros que hay en estos remanentes caminos. También desearía que la suspensión del vehículo fuera mejor, pero meses y meses manejándolo me han acostumbrado a sus saltos violentos, más en estos remanentes caminos llenos de agujeros y obstáculos.
Hace mucho tiempo que no veo una cara nueva, por un lado es mejor que sea así, porque si hubiera alguien más tendríamos que aprisionarnos más en el vehiculo, y sufriríamos más con el calor.
El reloj corre y corre, cada vez se nos hace más difícil encontrar víveres y recursos necesarios para tener algo de comodidad. El viejo supermercado que semana a semana debemos saquear se llena cada vez más de tierra y suciedad, y sus alimentos se van acabando. Ya no importan las fechas de vencimiento que llevan rotuladas, pero luego tendremos que ir a buscar otro lugar para obtener algo de comida. Me pregunto como lo haremos cuando se acabe el combustible en todas las bencineras.
Ya casi se me ha olvidado hace cuanto tiempo ocurrió todo, sólo recuerdo aquel momento. Primero un ruido ensordecedor similar a sirenas, gritos desesperados de todo el mundo.
Y luego el infierno.
Por alguna razón decidí no salir afuera de mi puerta, me encerré en el baño de mi hogar y me senté en un rincón de él, acurrucado, asustado, rogando que pasara.
Después llegó el silencio.
Atemorizado, salí del baño, y al abrir la puerta encontré mi casa destruida, y así cada una de las casas de mi barrio, y así todo el barrio hasta caer en cuenta de que toda la ciudad había desaparecido. Vestigios de pequeñas casas y grandes edificios me hacían preguntarme que había pasado.
No había nadie
Todo estaba destruido. Había fuego por todos lados.
Estaba solo
Lejos de mi casa encontré la camioneta que ahora conduzco. Con horror vi que dentro de ella había un hombre mutilado, La sola expresión de su rostro me causaba pánico y por un momento me sentí aliviado de no ver lo que él vio. La cogí y comencé a conducirla. Durante semanas solo, dedicándome sólo a buscar comida, y si había alguien más. Poco a poco fueron apareciendo, hasta que ahora somos solo trece personas. En muchos meses, casi un año, he visto a sólo doce personas, el resto... cadáveres.
Hoy conduzco, y miro por los espejos sus rostros, 5 hombres y 8 mujeres. 10 adultos, 2 adolescentes y un niño. En todos veo un rostro de angustia, de desesperación, de soledad, de no saber que hacer. Siento que cada uno de ellos se hace la misma pregunta que yo me hago. Pero veo que la desesperación los sobrepasa; a algunos de ellos se les escapa alguna lágrima de vez en cuando, tratando de esa forma aliviar en algo la pesada carga que sus almas acarrean.
Veo en cada rostro de ellos sufrimiento, proyectos truncados, planes frustrados, objetivos destruidos, metas hechas polvo e ideales que sólo han quedado en una ilusión imposible de lograr. Veo la soledad que no es capaz de disiparse en cada uno de ellos, veo en muchos de ellos una sensación de estar entregados a la suerte de su destino, que ya nada depende de ellos mismos.
Y cuando me veo a mi mismo, cuando veo mis propios ojos por el espejo retrovisor, veo una mirada cansada, pero veo una mirada que aún conserva algunas metas, metas que nunca pensé que podrían llevarse a cabo.
Pero también veo otras cosas que también veo en el rostro de los demás, veo la tristeza tan clara como si estuviese grabada a fuego en mi alma, veo la soledad más fuerte como nunca antes la había visto, como si estuviera solo en la camioneta, sin nadie. Creo que todos sienten lo mismo, pero creo también que los demás no saben afrontarla, y que tendré que enseñarles a hacerlo.
Aunque siempre enfrenté la soledad, desearía estar como antes: en soledad... pero nunca tanto.
Llegamos a nuestro destino final del día, a nuestro refugio.
Todos nos bajamos de la camioneta y fuimos caminando lentamente al pequeño hostal en donde nos refugiamos de posibles peligros, ya sea animales o alguna cosa que haya provocado esto. Me aprestaba a entrar cuando la menor de nosotros, una niña de cinco años, me toma de la mano y con la inocencia y la sonrisa de su edad me habla.
- ¿Qué haremos?
Dudé unos momentos, como si mi mente estuviese sacando de un baúl antiguo los recuerdos de una vida pasada, algo que pudiera darle tranquilidad a quizá la única persona que podría cobijar algo de alegría en su corazón. En estos momentos desearía tener la inocencia de un niño.
Luego de algunos segundos, mi mente encontró la mejor respuesta que le hubiese podido dar.
- Iremos a comer, y después comenzaremos a decorar esta casa, que está un poquito fea ¿Te parece?- le dije, tratando de imprimir en mi rostro y voz la mayor tranquilidad posible, a la vez que intenté sonreír amablemente.
La niña también sonrió, como si ella misma quisiera ser parte de aquella decoración.
- ¡Ya! - dijo con el entusiasmo de un niño con un nuevo juguete. En eso entró al hostal con la emoción de probar algo para comer.
En aquel momento se me ocurrió mirar al resto de las personas. Por primera vez vi en ellos una tenue sonrisa, como si envidiaran sanamente aquella inocencia, que hace mucho tiempo deseamos poseer, quizá para intentar escapar de la realidad.
Todos entraron, menos yo, que caminé hacia afuera, hacia una enorme pieza de concreto, de algún edificio destruido. A lo lejos la cordillera se veía clara, pero sin nieve. Fue en ese momento, al sentarme, en donde la angustia comenzó a atacarme cruel y despiadadamente.
Obligándome, por primera vez en mucho tiempo, a derramar lágrimas que lavaran el polvo de mi rostro.
Hace mucho tiempo que no lavaba mi rostro…
Hace mucho tiempo que no veo una cara nueva, por un lado es mejor que sea así, porque si hubiera alguien más tendríamos que aprisionarnos más en el vehiculo, y sufriríamos más con el calor.
El reloj corre y corre, cada vez se nos hace más difícil encontrar víveres y recursos necesarios para tener algo de comodidad. El viejo supermercado que semana a semana debemos saquear se llena cada vez más de tierra y suciedad, y sus alimentos se van acabando. Ya no importan las fechas de vencimiento que llevan rotuladas, pero luego tendremos que ir a buscar otro lugar para obtener algo de comida. Me pregunto como lo haremos cuando se acabe el combustible en todas las bencineras.
Ya casi se me ha olvidado hace cuanto tiempo ocurrió todo, sólo recuerdo aquel momento. Primero un ruido ensordecedor similar a sirenas, gritos desesperados de todo el mundo.
Y luego el infierno.
Por alguna razón decidí no salir afuera de mi puerta, me encerré en el baño de mi hogar y me senté en un rincón de él, acurrucado, asustado, rogando que pasara.
Después llegó el silencio.
Atemorizado, salí del baño, y al abrir la puerta encontré mi casa destruida, y así cada una de las casas de mi barrio, y así todo el barrio hasta caer en cuenta de que toda la ciudad había desaparecido. Vestigios de pequeñas casas y grandes edificios me hacían preguntarme que había pasado.
No había nadie
Todo estaba destruido. Había fuego por todos lados.
Estaba solo
Lejos de mi casa encontré la camioneta que ahora conduzco. Con horror vi que dentro de ella había un hombre mutilado, La sola expresión de su rostro me causaba pánico y por un momento me sentí aliviado de no ver lo que él vio. La cogí y comencé a conducirla. Durante semanas solo, dedicándome sólo a buscar comida, y si había alguien más. Poco a poco fueron apareciendo, hasta que ahora somos solo trece personas. En muchos meses, casi un año, he visto a sólo doce personas, el resto... cadáveres.
Hoy conduzco, y miro por los espejos sus rostros, 5 hombres y 8 mujeres. 10 adultos, 2 adolescentes y un niño. En todos veo un rostro de angustia, de desesperación, de soledad, de no saber que hacer. Siento que cada uno de ellos se hace la misma pregunta que yo me hago. Pero veo que la desesperación los sobrepasa; a algunos de ellos se les escapa alguna lágrima de vez en cuando, tratando de esa forma aliviar en algo la pesada carga que sus almas acarrean.
Veo en cada rostro de ellos sufrimiento, proyectos truncados, planes frustrados, objetivos destruidos, metas hechas polvo e ideales que sólo han quedado en una ilusión imposible de lograr. Veo la soledad que no es capaz de disiparse en cada uno de ellos, veo en muchos de ellos una sensación de estar entregados a la suerte de su destino, que ya nada depende de ellos mismos.
Y cuando me veo a mi mismo, cuando veo mis propios ojos por el espejo retrovisor, veo una mirada cansada, pero veo una mirada que aún conserva algunas metas, metas que nunca pensé que podrían llevarse a cabo.
Pero también veo otras cosas que también veo en el rostro de los demás, veo la tristeza tan clara como si estuviese grabada a fuego en mi alma, veo la soledad más fuerte como nunca antes la había visto, como si estuviera solo en la camioneta, sin nadie. Creo que todos sienten lo mismo, pero creo también que los demás no saben afrontarla, y que tendré que enseñarles a hacerlo.
Aunque siempre enfrenté la soledad, desearía estar como antes: en soledad... pero nunca tanto.
Llegamos a nuestro destino final del día, a nuestro refugio.
Todos nos bajamos de la camioneta y fuimos caminando lentamente al pequeño hostal en donde nos refugiamos de posibles peligros, ya sea animales o alguna cosa que haya provocado esto. Me aprestaba a entrar cuando la menor de nosotros, una niña de cinco años, me toma de la mano y con la inocencia y la sonrisa de su edad me habla.
- ¿Qué haremos?
Dudé unos momentos, como si mi mente estuviese sacando de un baúl antiguo los recuerdos de una vida pasada, algo que pudiera darle tranquilidad a quizá la única persona que podría cobijar algo de alegría en su corazón. En estos momentos desearía tener la inocencia de un niño.
Luego de algunos segundos, mi mente encontró la mejor respuesta que le hubiese podido dar.
- Iremos a comer, y después comenzaremos a decorar esta casa, que está un poquito fea ¿Te parece?- le dije, tratando de imprimir en mi rostro y voz la mayor tranquilidad posible, a la vez que intenté sonreír amablemente.
La niña también sonrió, como si ella misma quisiera ser parte de aquella decoración.
- ¡Ya! - dijo con el entusiasmo de un niño con un nuevo juguete. En eso entró al hostal con la emoción de probar algo para comer.
En aquel momento se me ocurrió mirar al resto de las personas. Por primera vez vi en ellos una tenue sonrisa, como si envidiaran sanamente aquella inocencia, que hace mucho tiempo deseamos poseer, quizá para intentar escapar de la realidad.
Todos entraron, menos yo, que caminé hacia afuera, hacia una enorme pieza de concreto, de algún edificio destruido. A lo lejos la cordillera se veía clara, pero sin nieve. Fue en ese momento, al sentarme, en donde la angustia comenzó a atacarme cruel y despiadadamente.
Obligándome, por primera vez en mucho tiempo, a derramar lágrimas que lavaran el polvo de mi rostro.
Hace mucho tiempo que no lavaba mi rostro…
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